Por:Rosa Miriam Elizalde
“Después de lo raro, la extrañeza”, tituló el cubano José Lezama Lima uno de sus célebres ensayos publicados en la revista Orígenes, joya de la Literatura nacional. La “extrañeza de estar”, según el poeta, es una “suma de posibilidades para avizorar las tierras que tendremos que habitar como estilo de vida”.
La epidemia del coronavirus no alcanzó a Lezama. Él murió en
1976 a los 66 años, pero su familia padeció la “gripe española”, que entre 1918
y 1920 mató a más personas que la Primera Guerra Mundial, entre ellas al padre
del escritor. Quizás por eso supo armarse de una clave poética para distinguir
lo raro de lo extraño, una diferencia que antes no comprendía y que ahora me
resulta familiar.
He recordado a Lezama mientras atravesaba tres municipios de
La Habana para llegar a mi casa. Las
calles están silenciosas, hay poco tráfico y ni un alma en las escuelas,
mientras en casi toda la Isla comenzó el curso el primero de septiembre y los
niños habaneros reciben las clases por televisión. Este intercambio de lo lleno
por lo vacío, de lo ruidoso por lo silencioso, es pura extrañeza. Las paredes
de mi edificio han dejado de retumbar, los borrachos ya no cantan a las cuatro
de la mañana en el parque de la esquina y nadie interrumpe el sueño, pero es
una pena que todo sea a causa de un rebrote que ha puesto a la capital de Cuba
bajo medidas más restrictivas que al comienzo de la epidemia.
“Es la primera vez que por razones desgraciadas podemos
saber lo que significa el silencio”, dice Luis Toledo Sande, mi vecino,
mientras hablamos del rebrote de la pandemia en la capital, que comenzó el 24
de julio pese al estricto control sanitario. Hubo días con cero casos, mucha
playa y noticias felices, como la del inicio de los ensayos clínicos del primer
candidato de vacuna cubana contra la Covid 19, de hermoso nombre, Soberana 01.
Con la euforia bajó la percepción de riesgo y a más
descuido, más contagio. Aumentaron los casos confirmados, la mayoría en La
Habana, esparcidos por todos los municipios de la ciudad. Esto obligó a reabrir
salas hospitalarias y centros de aislamiento preventivo para portadores
asintomáticos y sus contactos, y a la par, se decretaron más duras
restricciones.
Han cerrado o se mantienen con el mínimo de trabajadores los
centros que no son de producción continua.
Está prohibida la movilidad de las personas y de los vehículos desde las
siete de la noche y hasta las 5 de la mañana, y no se puede salir de la capital
hacia otra provincia, salvo con un permiso especial. Las tiendas y mercados
limitan sus horarios de venta, solo a residentes locales. El uso de las
mascarillas sigue siendo obligatorio, como también la distancia entre las
personas, de al menos un metro. Quien
incumpla las disposiciones oficiales, recibirá multas severas en virtud de la
ley.
Son medidas que buscan volver a aplanar la curva y que
tienen la aprobación de la mayoría de los habaneros y de la comunidad médica,
aunque en las plataformas de redes sociales y medios digitales controlados por
la ultraderecha de Miami, se ha desatado la especulación y el alarmismo, como
forma de ataque a las medidas preventivas del gobierno cubano. “La pandemia es
un pretexto para el autoritarismo y el toque de queda”, afirman.
Los argumentos rozan el ridículo como el reclamo del
“derecho a salir a correr” (esgrimiendo ejemplos como el de Bélgica, que
gracias a ello se convirtió en uno de los países con mayor cantidad de muertos
por habitante), el derecho a circular y un coro de “especialistas” alertando
sobre los “riesgos” de la cuarentena. El escandalito mayamero tiene la cara
cínica de los que se indignan por los 46 contagios que se detectaron en La
Habana este miércoles y, a la vez, ocultan que en Florida la cifra de enfermos
ascendió ese día a 7 569 casos. En el ínterin, claman por la reelección de
Donald Trump, el autoritario en jefe.
Tal mezquindad es lo “raro” y “la extrañeza” parece
equiparable a la “fabulosa resistencia de la familia cubana”, diría José Lezama
Lima. En una conferencia en la Universidad de La Habana en 1960, hablando de la
simpatía de raíz estoica del isleño, de su espíritu travieso (jiribilla), el
poeta nos dejó una oración para estos tiempos:
“Ángel de la jiribilla, ruega por nosotros. Y sonríe. Obliga
a que suceda. Enseña una de tus alas, lee: realízate, cúmplete, sé anterior a
la muerte. Repite: lo imposible al actuar sobre lo posible, engendra un posible
en la infinidad. Ya la imagen ha creado una causalidad, es el alba de la era
poética entre nosotros. Ahora ya sabemos que la única certeza se engendra en lo
que nos rebasa.”
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