Un tigre atacado por detrás no es menos peligroso nunca que por delante. Se lo digo yo, que no entré al estadio a ponerle la trampa que le tendiera mi colega Edelvis, dentro del propio foso del Cepero. Yo me divertí, y me arriesgué también, desde detrás de las rallas, porque la garra de la gente, con más de tres tragos de euforia y de cerveza, alrededor del estadio, son iguales de peligrosas.
Cuando el juego final del play-off iba en su escalada
favorable para el equipo de Ciego de Ávila, comenzó a ponerse tenso el
ambiente, mientras muchos de los que habían quedado en casa, pensando en que
Los tigres perderían, salieron corriendo hacia el coliseo.
El minuto final del juego, cuando comienza el minuto primero
de la victoria, resulta indescriptible. Hay que vivirlo para "saber lo que
es la vida". Es una revolución popular en la cual mantener la disciplina
de la gente es tremendo rollo.
La llegada de los peloteros a los trencitos, que los llevarían
a recorrer la ciudad para recibir el aplauso, los cacerolazos y la pitería de
la fanaticada, es demencia pura pasada por la euforia más inaudita.
Pero el triunfo no se saborea solo. Miles y miles de
avileños alrededor del mundo estuvieron acompañándonos minuto a minuto, con la
nostalgia prendida a la computadora o al teléfono, sin dormir por los husos
horarios.
Para ellos, también nuestra felicitación porque, como yo,
vivieron el último rugido de la fiera besibolera desde detrás de las rallas,
quizás un poquito más lejos, pero con el corazón cerca cerca.
Fuente:Invasor Digital
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