Regresó cargado de realizaciones, después de seis meses en
que el simple acto de vestirse o desvestirse se convirtió, días tras día, en un
ritual “lento, muy lento” sobre la línea entre la vida y la muerte.
Volvió a tocar suelo cubano “con muchos sueños por vivir”,
al cabo de “no sé cuántas” largas semanas en un “país detenido en el tiempo”,
intentando que la vida, la de los nativos y la suya propia, no se quebrara.
Retornó de una guerra “contra un enemigo invisible”, que le
mató hermanos y condenó niños a muerte, que “fue desgarrante”, le hizo “llorar
de impotencia” e incluso logró resentir su moral.
Pero soportó el dolor que aún vive con él e intenta
devastarlo, y logró llegar hasta aquí enhiesto, “tranquilo, vivo, esa es
nuestra victoria”, “con mucha alegría por reunirme con mi familia” y también
“triste, porque atrás dejé un país saqueado, padeciendo aún” por 15 años de
confrontación civil.
Se mantuvo en pie pese a 40 grados a la sombra, los
mosquitos y el polvo del Sahara, pese al paludismo y la nostalgia por Cuba,
ayudado por un “¡Viva Fidel!, que me gritó un sierraleonés”, una voz de
bienvenida “que me decía no mires atrás, continúa”.
Se mantuvo en pie pese a todo, para contarnos del Ébola, de
la brigada médica cubana en Sierra Leona por medio de sus publicaciones en las
redes sociales, replicadas en este sitio web.
Y este viernes, Enmanuel Vigil Fonseca, nombre del doctor
—Pichy Vigil para los internautas— vino a Cubadebate, cuarentena cumplida, a
descarnarnos su historia, un botón de muestra de la vivida por decenas de
médicos y paramédicos en aquel país, como en Liberia y Guinea, que anuda gargantas
y estruja sentimientos.
Contar su verdad es un modo de manar y contener de una vez
el dolor, de ilustrar esa gesta que nunca comprenderemos lo suficiente y
también -quizás, sin proponérselo- de conminar a perseverar, a continuar
luchando, en África, aquí, en las guerra que aún no terminan.
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