Testigo excepcional de los sucesos del Moncada y del juicio seguido contra los asaltantes, Marta Rojas revisita esa historia“¿Qué tan importante será esto?”, se preguntó Santa, la niñera de aquella casa de huéspedes de Marianao, cuando Marta Rojas, antigua inquilina, le entregó más de 200 hojas mecanografiadas, con mil y una recomendaciones para su custodia.
Nadie sabe si la curiosidad llevó a la señora a leer algún renglón del reportaje que le cambió el destino profesional a la joven periodista, referido a la Causa 37 del Tribunal de Urgencia de Santiago de Cuba por los sucesos del 26 de Julio de 1953, a la postre el juicio más trascendental de la historia republicana.
Aquella memoria escrita, guardada por la niñera como si se tratara del más codiciado papiro antiguo, Marta fue a buscarla en la madrugada del Primero de Enero de 1959, a solicitud de Miguel Ángel Quevedo, director de la revista Bohemia, mientras Fulgencio Batista salía en estampida en un avión rumbo a República Dominicana, al ver que su tiranía se estaba haciendo agua. Luego del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, la censura de prensa coartó la publicación del reportaje entregado por la joven en octubre de 1953.
Las décadas transcurridas no le escamotean a Marta Rojas, Premio Nacional de Periodismo José Martí, ni un solo detalle de la histórica cobertura, que rememora en su apartamento habanero.
—¿Tú vas para los carnavales?, le preguntó el fotógrafo Francisco (Panchito) Cano, corresponsal gráfico de Bohemia en Santiago de Cuba, a la joven de 23 años, llegada la víspera a la ciudad desde La Habana, donde estudiaba Periodismo.
—Sí. Voy para la Trocha.
—¿Te quieres ganar 50 pesos?
Ante la tentadora propuesta, la muchacha le devolvió una pregunta:
—¿Qué tengo que hacer?
Con la agilidad que solía apretar el obturador de la cámara, Pachito le solicitó redactar una crónica y los pies de grabado para las fotos sobre las fiestas carnavalescas, cuya zona más concurrida era la Trocha, escenario habitual del cruce, con todo el ardor de los cueros y las cornetas chinas, de las congas de Los Hoyos y El Tivolí.
—¡Ya viene la fusión! Oye los cohetes chinos, le alertó Marta, quien solo había escuchado disparos en las películas del oeste.
—No, no; no son cohetes, esos son tiros. Se nos jodió el reportaje de los carnavales, se lamentó Panchito.
—¡Ah!, bueno. Vamos a hacer, entonces, el reportaje de los tiros.
Eran pasadas las cinco de la mañana del 26 de julio de 1953; un grupo de jóvenes, liderado por el abogado Fidel Castro, intentaba tomar por sorpresa el cuartel Moncada, la segunda mayor fortaleza militar de Cuba.
—Los soldados se están fajando, alertó alguien cerca de Marta, y en menos de un santiamén decidió seguirles el paso presuroso a varios periodistas, que, ansiosos por saber lo que sucedía realmente, se llegaron hasta el Diario de Cuba, el principal periódico de la ciudad. “Yo allí y nada era lo mismo; era una alumna, una muchachita que no estaba colegiada todavía”, aclararía a este reportero.
Con la inquietud aún rondándoles, Marta y Panchito arribaron a la Posta 6 de la fortaleza, donde no pocos periodistas ya aguardaban para entrar, lo cual solo resultó posible pasado el mediodía de ese domingo. Con más de una pregunta en ristre, los colegas esperaron en una habitación, inmediata a la jefatura.
En diálogo con el coronel Chaviano, durante la conferencia de prensa del 26 de julio de 1953.
Mientras el coronel Alberto del Río Chaviano, jefe del Distrito Militar de Oriente, alistaba el informe que difundiría en la conferencia de prensa, Panchito solicitó permiso para llegarse hasta los servicios sanitarios; en el camino —relató Marta— vio a dos mujeres en una habitación: Haydée Santamaría y Melba Hernández, las dos únicas personas entre las arrestadas en el Hospital Civil Saturnino Lora que sobrevivieron al desenfreno criminal. En la puerta, el fotógrafo simuló retratarlas; de regreso, impuso de la novedad a su compañera:
—Hay dos mujeres a las que están interrogando.
—¿Sí?, ¿dos mujeres?
Con la duda de guardia, ella inventó la socorrida excusa de ir al baño, y gracias las coordenadas dadas por Panchito corroboró que la noticia de su colega no era hija de alucinaciones.
A la una de la tarde, Chaviano —apodado el Chacal de Oriente— decidió darle la cara a la prensa; lo único cierto que dijo: el doctor Fidel Castro es el jefe del movimiento. Las falacias del militar bien le valdrían hoy un Premio Nobel a la mentira: que los atacantes portaban armas modernísimas, que a Fidel le habían pagado un millón de pesos la gente del ex presidente Prío Socarrás...
—-¿Quiénes son las dos mujeres presas?, preguntó Marta.
Sin reponerse de la interrogante a quemarropa, el coronel se afincó la gorra de plato con la mano derecha casi hasta los ojos, y sostuvo autoritariamente:
—Aquí no hay presos; todos murieron en el combate.
Mas, un guardia le alertó algo bajito al Chacal, quien para salir del trance sería menos categórico:
—A lo mejor, mientras estábamos aquí, han detenido a alguien.
Finalizado el intercambio con los periodistas, estos insistieron en recorrer el terreno para constatar la magnitud de las acciones. “Están preparando el teatro de los hechos”, informó el propio Chaviano.
—¿Cómo el teatro de los hechos? Si en un combate la gente cayó donde cayó, le comentó, en susurro, Marta al fotógrafo.
Pasadas las seis de la tarde, comenzaron “un dramático peregrinaje por los patios, escaleras y pasillos del Mocada”, escribió ella. Ante sus ojos, dantescas escenas: cadáveres sin dientes ni uñas, baleados en la frente; huellas de manos ensangrentadas y agonizantes aferradas a la pared; a medio vestir, los cuerpos con uniformes del ejército limpios y nuevos… Y por si no bastara, las puntas de las bayonetas caladas de los guardias apartando las vísceras para permitir el paso de quienes recorrían el lugar.
Al terminar el periplo —recuerda Marta—, los reporteros permanecieron en el polígono del cuartel. Minutos después, el Chacal vociferó desde una escalinata: “No hay fotos”.
Sin pensarlo dos veces, Cano le preguntó a Marta:
—¿Tienes las fotos de los carnavales ahí?
Sigilosamente, intercambiaron las películas detrás de un camión. Cuando el mismo Chaviano requisó la cámara del corresponsal de Bohemia, solo había un rollo sin estrenar; las restantes —las tiradas durante la noche del 25 y la madrugada del 26 de julio durante los festejos— también fueron a parar a la mochila de lona enorme, que se tragó el embuste, el cual ridiculizaría posteriormente al Chacal ante el Estado Mayor de la tiranía.
EN BUSCA DE LA ACREDITACIÓN
Conscientes de la osada mentira y casi sin poner los zapatos sobre el asfalto, Marta y Panchito recogieron las fotos de los soldados muertos y heridos en el estudio del teniente Senén Carabia, fotógrafo del Negociado de Prensa y Radio del cuartel. Esa misma noche, el corresponsal gráfico reveló, en un pequeño cuarto oscuro en la calle Enramadas, las películas que entregó, mojadas todavía, a la joven, quien viajó al otro día a La Habana en el primer vuelo. Destino final: Redacción de la revista Bohemia. “Yo me voy a perder”, le aclaró Panchito.
La información que Quevedo orientó elaborar a la aún estudiante de Periodismo llevaba retratada su muerte instantánea desde que Marta se sentó frente a la máquina de escribir; el censor de la tiranía ya estaba en la sede de la publicación, que apenas insertaría la nota oficial del Estado Mayor, acompañada de algunas fotos, en su edición siguiente.
—Vete enseguida para Santiago porque al que están persiguiendo para matarlo es a Panchito, le sugirió Quevedo, mientras ponía a descansar las gafas sobre el buró.
Fuente:Cubaperiodistas
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