Por:Sayli Sosa Barceló
El ego de los periodistas no tiene que ver tanto con creer que saben de casi todo, sino con ese regocijo casi infantil y el aleteo en el rostro cuando advierten que su trabajo trasciende el formato en el que se publica. Nos gusta a los chupatintas hablar de repercusión, de impacto. Es un poco darnos "brillo en el ombligo" al saber que otras personas, incluso, medios de prensa, toman nuestra producción como referencia, nos replican, nos legitiman.
Si las cosas en el mundo fueran como deben ser, como indica la lógica, como exige la buena voluntad, como estatuye la ética, las repercusiones de un trabajo periodístico siempre hincharían el ego y hasta el alma de los reporteros y sus redacciones. Pero me queda claro que, ahora mismo, la lógica, la buena voluntad y la ética andan medio perdidas, disimuladas, travestidas, tanto en la realidad "real", como en la realidad "virtual".
Del ciberespacio me llega una repercusión que no produce satisfacción alguna. Un periodista cubano, emigrado a Estados Unidos en 2012, publicó en el portal digital Café Fuerte un artículo que "refrita" un reportaje de mi autoría. El problema no es que lo "refrite", el problema es que no lo hizo bien.
El reportaje en cuestión, Jugar en red y salir del underground, publicado en mi blog personal el 15 de julio, y por este periódico digital, 10 días después, fue la base donde el articulista construyó un discurso que partió, desde el mismo título, de una tergiversación del espíritu del material de referencia.
Dice Café Fuerte que los "jóvenes cubanos se pegan a la tecnología wifi ilegal" para jugar en red videojuegos como DotA2 y World of Warcraft (WoW), y en ese intento de marcar tendencias (que no están estudiadas aún por los especialistas) peca de absoluto y de impreciso. Primero porque no todos los jóvenes en Cuba gustan de este tipo de videojuegos y segundo porque las redes que existen hoy en varias ciudades del país no tienen un estatus definido institucionalmente, de manera que no son legales, mas tampoco ilegales.
De hecho, el reportaje objeto de mala interpretación apunta a que no existe contravención cuando estas redes, cableadas o inalámbricas, son utilizadas para jugar. Sí cuando se usan como medio de actividad económica ilícita o interfieren en el espacio radioeléctrico comercial, tal y como se referencia en el operativo policial ocurrido en Cárdenas, Matanzas, reseñado por el semanario Girón.
Sugiere Café Fuerte que Ciego de Ávila es una ciudad permisiva para los seguidores de los deportes electrónicos, como también se reconocen este tipo de videojuegos de estrategias, pues a finales de 2014 se desarrolló el segundo torneo provincial de DotA2, con el apoyo de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), y en abril pasado un torneo con carácter nacional, que tuvo como sede el cine Carmen. El apoyo de la AHS, y esto lo digo yo, consistió en prestarles el local de la Casa del Joven Creador para instalar las computadoras. En el cine Carmen, por seis pesos y durante 12 horas, jugaron hasta el cansancio.
Pero la palabra permisiva alude, otra vez, a un contexto ilegal que no está definido de esa manera. Underground no significa, en este caso, por debajo de la ley, sino al margen de la institucionalidad, que podría parecer lo mismo, mas no lo es.
La arquitectura del artículo refritado tiene, además, un error de localización de uno de sus párrafos. Al aludir nuevamente al caso policial acaecido en Matanzas, el periodista ubica su discurso demasiado lejos de la referencia directa, de manera que un lector poco observador puede pensar que se habla de Ciego de Ávila y no de Cárdenas.
El reportaje publicado en Invasor.cu reconoce que los Joven Club de Computación y Electrónica, en tanto responsables y mediadores de la informatización de la sociedad cubana, no han reconocido y aprovechado plenamente el nicho de mercado que se abre con los juegos en red. Sin embargo, existen experiencias en la capital cubana, por ejemplo, donde se cuenta con un servidor WoW. Asimismo, los Joven Club no están precisamente subutilizados, porque en los últimos años han ampliado sus servicios (incluido el tiempo de máquina para jugar), entre ellos, la navegación en Internet.
Si no fuera un asunto serio, daría mucha gracia que el articulista mezcle el "espíritu marxista-leninista" de la Revolución cubana con los nombres que escogen los muchachos seguidores de los deportes electrónicos. El chiste verdadero está en que los videojuegos se desarrollan en una realidad otra, un mundo mágico y fantástico, en el que necesariamente no hay que llamarse Juan o Pedro, sino, por ejemplo, Shikamaru, que vaya uno a saber qué significa.
De hecho, un avatar de DotA2, por ejemplo, con poderes súper naturales y una fisonomía de cine de ficción, sería apenas una caricatura si se llamara Rafelito. Un código de ética no escrito, pero compartido entre los jugadores, obliga a utilizar nombres que no tengan nada que ver con el mundo real y que en determinadas situaciones puedan resultar ofensivos.
Esto no es la primera vez que sucede, y de seguro no será la última, con los materiales publicados por Invasor. Fieles a la encomienda de contar y pensar nuestro país, indagamos en las zonas donde todavía hoy no se ha hecho todo lo que se debe para lograr los estándares de calidad, participación y bienestar que necesitamos.
Me queda claro que la objetividad periodística es un ideal romántico de las escuelas de Periodismo, sin embargo, en las academias sí enseñan bien que a la hora de escribir se debe aportar siempre un contexto, con matices, argumentar las afirmaciones con datos, hechos, más que con suposiciones o ideas preconcebidas. Allí descansa el alma de esta profesión.
Fuente: Invasor
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