.“¡Déjenme un momento con ella!”, dijo Olga Tañón, como quien da una orden que no se discute. Se hizo, entonces, casi un ovillo para acoger en sus brazos a la niña de 18 años que tenía ante sí y todos, esa tromba humana que rodábamos museo adentro pretendiendo retratar a la artista, quedamos congelados, por unos instantes, como en aquel viejo juego de las estatuas de la infancia.
El susurro de su voz era el leve roce del pico de un colibrí haciendo nido en la oreja de Elianis Ochoa Pol, al punto que han pasado a ser un misterio indescifrable las palabras con que La Mujer de Fuego coloreó, de carmines encendidos, las mejillas de la muchachita que cumplía esa tarde su mayor sueño.
“Yo tampoco escuché lo que le dijo”, cuenta Maritza, su mamá, ahora conversando con más calma desde su casa. “Estaba como alelada porque había logrado cumplirle a la niña algo que le prometí. Tenía lágrimas en mis ojos y solo recuerdo que ella me dijo: ‘Mamá, dame un abrazo ¡que yo sé lo que se siente!’”.
Me cuenta que la música de la boricua ha sido una constante obsesión en la vida de su hijita, al punto que le repetía siempre una única pregunta: “¿Mami, podemos ir a Puerto Rico a ver a Olga Tañón?”
“Y a mí se me arrugaba el alma y le decía: ‘Mijita, eso queda muy lejos, pero algún día ella va a venir a verte’. Por eso, cuando supe que actuaría en Cuba, le pedí a Dios todas las noches que me permitiera la manera de que ambas se encontraran.
“Cuando Elianis la vio, al mediodía en la televisión nacional, comenzó a ponerse nerviosa, dormía mal, perdió un poco el apetito porque intuía, quizás, que cumpliría lo que yo le había prometido tantas veces. ¿Se imagina usted cómo estaba este corazón cuando alguien me comentó que pasaría por Ciego de Ávila? Me volví como loca. Dije que no podía existir fuerza que se opusiera a la bondad de una mujer como ella, que ha atravesado por una situación similar a la mía en su papel de madre.”
Me consta que desde muy temprano, ese 2 de diciembre, Maritza soltó los sabuesos de su espíritu para que olisquearan cada esquina de la ciudad, a la búsqueda del rastro de tamaño de artista que habita el cuerpo de un ser humano especial. Pidió permiso en su trabajo. Se fue a su casa con la incertidumbre sitiándola, pero le dijo a su hijita con firmeza: “¡Vamos, mima, que hoy tú conoces a la Tañón!” La bañó. Le puso el mejor talco y la colonia que tenía.
Foto: Periódico Invasor.
Foto: Periódico Invasor.
La emperifolló, como quien va a la cita más importante de su vida, y así llegó hasta el Museo Provincial de Historia Coronel Simón Reyes Hernández, donde manos amigas la camuflaron hasta el mismo momento en que ocurrió el milagro.
Ahora, después de muchas tardes, tomándonos una copita de vino dulce, como buena anfitriona que es, la madre me enseña las fotos que, a pesar de ser también testigos mudos de aquel murmullo del cariño, le han dado la vuelta al mundo a través de las redes sociales contando, por sí solas, sin palabras, que los sueños, cuando se desean en lo más profundo del ser, pueden cumplirse.
Elianis, la protagonista de esta historia, desde su burbuja de fantasías infantiles en que permanece disfrazado el cuerpo de mujer que ahora tiene, sonríe con la mayor inocencia del mundo y me dice al oído, en su lenguaje casi ininteligible, algo que yo sí puedo entender: “¡Olga es mi tía! ¡Yo la amo y la quiero volver a abrazar!”
Entonces, da media vuelta, zalamera como es. Se va al escenario de su cuarto donde imagina que la aclaman. Frente a la grabadora, se mueve despampanante como su ídolo. Es el momento exacto en que la voz de la grabación la posee y por sus labios brota la artista: “¡Vivo la vida bailando/ uuh, ooh/ Las penas olvidando/ uuh, ooh/ hay fiesta en los corazones/ la música, las penas quita del alma…!”
La dejo en su íntimo concierto. Me voy, pero escucho la ovación secreta que recibe. Estoy más convencido que nunca. Mientras exista una canción que podamos compartir, como ágape de vida, el mundo estará salvado.
Fuente:Invasor Digital
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