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martes, 3 de diciembre de 2019

Primer Congreso de Periodistas: por más profesionalidad de la prensa cubana

por: Juan Luis Marrero González   
El 3 de diciembre de 1941 se efectuó el Primer Congreso de Periodistas, convocado y respaldado por la Asociación de Repórters de La Habana, la Asociación de la Prensa de Cuba —nacidas a principios de siglo— y numerosas organizaciones periodísticas existentes en las seis provincias del país. Aquel congreso abordó un temario dirigido a elevar la profesionalidad de la prensa cubana. Ética, Técnicas y Legislación del Periodismo en Cuba fueron los tres temas centrales tratados. Se adoptaron importantes acuerdos[i]. Hubo después un segundo congreso nacional en Santiago de Cuba y un tercer congreso en Pinar del Río en 1943 y 1947, respectivamente.

El Primer Congreso significó un avance. En los años venideros nacieron instituciones como el Colegio Nacional de Periodistas y los colegios provinciales que contribuyeron a sumar fuerzas y luchar cohesionadamente por determinados objetivos en beneficio de los periodistas y del periodismo. Se hizo realidad el reclamo de que se fundasen escuelas de periodismo en distintas provincias y se concretó la elaboración de un Código de Ética, entonces llamado Código de Moral Profesional, con valiosos preceptos y principios, pero que fueron incumplidos por los que ejercieron el periodismo para enriquecerse. Junto con la creación de la Escuela de Periodismo Manuel Márquez Sterling se realizó un proceso para entregar el título de aptitud periodística profesional a aquellos profesionales de larga y reconocida ejecutoria profesional. Esto tuvo rigor en un principio, pero se permitió que recibieran tales títulos gente no calificada ni con la suficiente decencia.


Correspondió al entonces senador Jorge Mañach clausurar ese Primer Congreso. Este culto hombre de pensamiento, tan culto como controvertido y polémico, que se movió activamente durante muchas décadas en la escena política, en las aulas universitarias y en los principales medios de difusión del país, caracterizó con mucha exactitud lo que fue el periodismo en la república a partir de 1902. Partiendo del criterio de que la improvisación fue una constante en nuestro nacimiento y evolución como República, expresó:
Dr. Jorge Robato Manach. Foto: George Skadding

…improvisó su aparato político, su aparato constitucional, atendiendo más a los antecedentes y a los ejemplos venidos de afuera que a sus propias realidades entrañables, no obstante el consejo reiterado hasta la saciedad por nuestro José Martí; improvisó su economía sobre bases falsas…sustanciada a través de empréstitos y trabas burocráticas… y una cultura basada en esquemas utilitaristas, desecada de todo sentido ideal y profundamente humano…y una política no de abnegación, de servicio social… sino una política frívola, de cínico desenfado y de oblicua explotación.

Y en ese ambiente —decía también Mañach— campeaba el individualismo, que no propiciaba que ninguna institución de carácter cultural, el periodismo entre ellas, se sintiera ambientada por un sentimiento de solidaridad y de responsabilidad o sentido real de los problemas cubanos.

Y agregaba el reconocido intelectual:

El periodismo en gran medida compartió en esa etapa los excesos y los defectos de todo aquel vivir nacional. En el periodismo hubo, como en la política, hombres que se vieron agobiados y en muchas ocasiones frustrados por el ambiente general de frivolidad, de irresponsabilidad y de improvisación. Lo que hemos tenido es un periodismo de negociantes. Si de algo ha padecido la prensa no ha sido de la conducta misma de los periodistas, sino de los pecados de las empresas.

Muchos en realidad fueron esos pecados. En ese congreso de periodistas de 1941 varios delegados expusieron algunos de ellos.

Rafael Soto Paz, periodista que trató temas históricos en El Mundo y Bohemia, dijo: «Por el camino que vamos todos los periódicos terminarán siendo mitad periódicos y mitad casas de juego. Por ley fatal, el reportero será sustituido por el agente de los diversos planes de regalo que se ofertan». De tal manera, se refería a la proliferación de rifas y sorteos a que acudían los dueños para aumentar las suscripciones.

Otro delegado comentó sobre el control que ejercía en la prensa la Asociación de Anunciantes de Cuba, integrada, dirigida y orientada por un trust de comerciantes e industriales, en su mayoría extranjeros o representantes de intereses extraños. En el documento final de ese congreso se expresó que «el funcionamiento de la Asociación de Anunciantes de Cuba es atentatorio a la libre emisión del pensamiento» y reclamaba «de los poderes nacionales se declare ilegal el funcionamiento de la misma».

Años después del discurso de Mañach, se constituyó el Bloque Cubano de Prensa, que agrupó a los directores de los principales medios con el fin de ejercer un control monopólico de las importaciones de papel. Eso determinó grandes cuotas y a precios ventajosos para los grandes periódicos. Por eso, podían tener en algunos casos ediciones de sesenta y ochenta páginas, un setenta por ciento de ellas consagradas a la publicidad comercial. Para los periódicos pequeños, por lo general lo que hoy conocemos como prensa alternativa, cuotas de papel reducidas y a precios no siempre justos. Así también de desigual era el ejercicio de la libertad de prensa.

Mañach caracterizaba todo eso con estas palabras:

Así como tuvimos y tenemos una política demasiado costosa, ostentamos una prensa de lujo. Más periódicos y con más páginas de los que podemos sostener. Y como los periódicos quieren a todo trance vivir y el pueblo no puede sostener tales ni tantos periódicos, tienen que agenciarse medios ocultos de subvención a sus necesidades, establecer conductos turbios entre sus arcas y las arcas del erario público. Así se ha producido en la prensa ese ambiente mercenario…

De otra parte, los propietarios de los medios aceptaban subvenciones de los gobiernos de turno y, a la vez, pagaban salarios de hambre a los periodistas: veintidós pesos semanales. A algunos lograban sobornarlos convirtiéndolos en botelleros de dependencias estatales. Estas prácticas se hicieron más escandalosas en los años que siguieron al 10 de marzo de 1952, cuando una gran parte de los propietarios de los medios se puso al servicio de la tiranía de Batista.

Subvencionados por el Palacio Presidencial estaban dueños de publicaciones, directores, subdirectores y otros directivos de la prensa. Joaquín Claret, de Información, recibía 24 000 pesos mensuales; Ramón Vasconcelos, de Alerta, 17 000; Gastón Baquero, del Diario de la Marina, 18 000; Raoul Alfonso Gonsé, de El Mundo, 16 000; Alfredo Izaguirre Hornedo, de El Crisol, 12 000; Alberto Salas Amaro, de Ataja, 12 000; Ramón Rivero, de Avance, 10 000; José López Vilaboy, de Mañana, 10 000; Rolando Masferrer, de Tiempo en Cuba, 10 000; Raúl Rivero, del Diario Nacional, 10 000; Clara Park de Pessino, de The Havana Post, 2 000; Amelia Hernández, de Voz Femenina, 2 000; Otto Meruelo, de Por Cuba, CMQ-TV, 2 000; José Manuel Roseñada, de Zig Zag, 1 000… y muchos más.

No solo los directivos de los grandes medios de la capital estaban en una larga lista, ocupada tras el triunfo de la Revolución, que en su cabeza tenía el membrete «Fulgencio Batista, presidente de la República», y llevaba por título «Atención mensual para periódicos y revistas». Había en esa lista directores de medios provinciales como Eduardo Abril Amores, Diario de Cuba, Santiago de Cuba, 6 000; José Rodríguez, El Republicano, Matanzas; Pedro Aragonés, El Comercio, Cienfuegos; J. González Clemente, Voz de Occidente, Pinar del Río; Joaquín Moreno Méndez, Pueblo, Santa Clara, todos estos últimos con 1 000 cada uno; Nick Machado, La Correspondencia, Cienfuegos, 400 pesos. Caricaturistas como Prohías, de El Mundo, y Silvio, de Prensa Libre, eran tocados con 1 000 y 500 respectivamente. Mil pesos recibía Guillermo Martínez Márquez, ese gran «luchador» por la libertad de expresión que llegó a ser presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa.

En esa lista de Palacio había, en total, sesenta directores de medios, editorialistas, articulistas, redactores políticos de los periódicos de la capital y de provincias. En total se repartían, en lo que Batista llamaba «atención a los directores, subdirectores de periódicos y periodistas, 239 300 pesos mensuales, es decir, casi cuatro millones de pesos al año. Con esas prácticas, Batista perseguía ocultar la verdad sobre crímenes, malversaciones y escándalos de su régimen.

Y no era solo ese dinero con que se compraba conciencias. Batista y los otros gobiernos que tuvo Cuba en la república neocolonial: a los periódicos se les entregaban «botellas», cargos en los ministerios que no se trabajaban.

Los directores de los medios privilegiaban a algunos periodistas que atendían diversos sectores de la administración pública con esas botellas, aparte de las que entregaban a sus familiares y amigos. Así, por ejemplo, el Diario de la Marina tenía en la década de los cincuenta un total de catorce puestos en Hacienda, otros tantos en Comunicaciones, diecinueve en Agricultura, veintiún en Obras Públicas y otros en Justicia, Educación y el Banco Nacional.

Toda esta estafa generalizada trajo consigo numerosos casos de autocensura, silencio, lacayismo y políticas editoriales a favor de latifundistas, terratenientes y patrones y, por supuesto, en contra de obreros, campesinos y de otras capas populares.

La mercantilización convirtió al periodismo en un negocio y no en una obra de pensamiento y de utilidad social. La libertad de prensa, por eso, se identificó con libertad de empresa.

Claro, es oportuno señalar que toda regla tiene sus excepciones. Y en el periodismo cubano, en diferentes etapas, las hubo. Hubo prensa defensora de los obreros y los humildes y hubo un crecido número de periodistas dignos cuyas conciencias ningún dinero del mundo ni privilegios pudieron comprar. Muchas fueron las publicaciones que cumplieron con honra su misión. Ahí están, entre otras, Alma Máter, Justicia, Bandera Roja, La Palabra, Línea, Ahora, Hoy, La Calle, Mediodía, La Última Hora y la revista Mella, junto a las que se publicaron en la clandestinidad. Como símbolo de todas ellas estuvo la revista Bohemia, en particular su sección En Cuba, donde durante largos años se expusieron las desvergüenzas y males de la república.

(Tomado de 200 años de periodismo en Cuba, páginas 175-179).


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