Por Katia Siberia García
Puede
que sí, que algún cubano se haya embarcado a Sierra Leona, Liberia o Guinea
Conakry pensando no solo en salvar vidas, si no en mejorar la suya. Nadie
podría asegurarlo, sin embargo, solo malviven las ponzoñas de una campaña que
intenta mercantilizar los actos de fe y heroísmo, porque la Organización
Mundial de Salud(OMS) destina fondos a los que combaten el virus y Cuba ha hecho
lo de siempre, lo que hacía antes de que existieran esos fondos: ayudar.
Si
la valentía se midiera en dólares entonces la OMS quebraría financieramente con
los casi 400 cubanos que acudirán a los enfermos y supongo que ni el
presupuesto militar de Estados Unidos la salvaría, a menos que se acuda a una
devaluación irrespetuosa y se "compre" a los batas blancas, según
dicen ciertas agencias y páginas vocingleras, con una casa, un carro, y 8 000
dólares de salario.
Pero
después de 50 años en que los galenos han aterrizado con réplicas de
terremotos, han vivido entre los desfavorecidos venciendo gotas de cansancio e
insalubridad...después de diagnosticar tanto estupor por sus semejantes, ellos,
como nadie, han aprendido que la vida no tiene precio. Por eso no tasarían la
solidaridad e irían hasta las mismísimas aldeas de Sierra Leona donde nunca
tendrían cómo pagar la salvación, en caso de que vivir tuviera un precio
razonable y la OMS lo hubiera fijado, al borde del mayor estrago epidemiológico
de los últimos tiempos.
De
modo que sería Cuba la hipótesis menos creíble de canjear ayuda por beneficios,
aun cuando los más de 76 000 profesionales sanitarios que trabajan en 39 países
del mundo, sean, innegablemente, una fuente de ingresos a nuestra economía y
para este año la exportación de servicios deba superar los 8 200 millones de
CUC. O que llamen a la gratuidad de la asistencia y verán con qué rapidez se
deshace el "negocio" cubano y se mantiene la ayuda en los rincones
africanos que el ébola ha tomado.
Yo, que
he visto médicos cubanos llorando por el dolor ajeno, orgullosos con aplausos y
diplomas, guardando con recelo la medalla que les recuerda lo que son, podría
entenderlo sin esfuerzos y, al mismo tiempo, entender a los que se preguntan:
¿para qué sirve una medalla, qué se hace con un diploma, a dónde van después
del aplauso? Persiste una excepcionalidad extrema que pocos alcanzan a
comprender, sobre todo si se ha vivido en medio de un consumo exuberante, dando
porque se recibe y luego de calcular beneficios.
Precisamente
por ello no me extraña que muchos países se hayan limitado a esparcir agentes
barreras en sus fronteras y a ofrecer millones en público que se concretan, al
final, en pocos miles. La propia Margaret Chan, directora general de la
Organización Mundial de la Salud, lo ha dicho. "El dinero y los materiales
son importantes, pero esas dos cosas solas no pueden detener la transmisión del
virus de Ébola. Los recursos humanos son claramente nuestra necesidad más
importante."
En
cambio, lo que se ha cuestionado es el apoyo de Cuba, pese a que el Washington
Post lo reconociera y el Secretario de Estado norteamericano lo agradeciera.
Muy a pesar de convocar a una cumbre urgente y liderar acciones concretas con
las que el bloque regional extenderá sus manos y en soslayo de los 135 mil
profesionales de salud que han cumplido misión internacionalista en estos 54
años.
Algunos
siguen enfrascados en las cláusulas de un contrato del cual solo circundan
rumores. Dicen, entre tantas cosas, que los que enfermen no serán repatriados y
que fueron obligados a firmar tal condición. Y aunque desde nuestros medios de
prensa se ignoran dichas acusaciones, de un médico cubano yo esperaría no solo
que fuera, sino que nos protegiera con su ausencia, si en el intento por vencer
el virus, este termina venciéndolo.
¿Pero,
de verdad alguien tendría que obligarlos? ¿En serio arriesgarían sus vidas por
la pacotilla que apenas sufragaría contados placeres? La única certeza que me
acompaña es que mientras ponga precio al ébola, pagaremos con tumbas semejante
barbarie.
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