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sábado, 14 de febrero de 2015

El difícil arte de ser dios

Jurado del Premio Nacional de Periodismo José Marti
Por:José Aurelio Paz
Un pánico más sumado a mis viejos pánicos, me dije. Otro que ningún ansiolítico podrá calmar porque es de los de mar adentro; de esos que te arrancan, con furia, algas y corales allá en lo más profundo de tu vida, y te hacen sentir cual el viejo judas de la historia bíblica.

Gocé y sufrí, por estos días, el raro privilegio de parte del jurado que decidiera los premios anuales de periodismo Juan Gualberto Gómez y el Nacional José Martí por la obra de la vida. Por obvias razones de tener que escoger a un grupo reducido de compañeros, entre los muchos que aspiraban a tales reconocimientos, lo que pudo ser una generosa recompensa más a mi carrera profesional, se convirtió, de inmediato, en un desvelo de esos que no logras trascender por el nivel de responsabilidad que implica, y quizás estas confesiones sirvan un poco para exorcizar los demonios que a veces impone el mismísimo deber, haciendo catarsis pública.




Tener ante mí, sobre la mesa y en mis torpes manos, la existencia toda de gente tan humilde, pero que son como las palmas reales del periodismo cubano (atrapadas apenas en una cucharada de letras vertida sobre el volátil papel), era aprender el arte de ser dios. Decidir el destino de criaturas mayores que yo en estatura de oficio, me hizo renegar de quien quiera que haya sido, en el transcurso del desarrollo de la humanidad, el inventor de otorgar premios. Y es que, cuando se trata de asuntos raigales y éticos como estos, que a veces pasan por la subjetividad individual de cada quien, desata esos diablillos pinchándote con su afilado tridente en lo más recóndito del ser.

El dilema comenzó pronto. Al abrir cada expediente de los candidatos y tener que iniciar un proceso de decantación en aras de decidir, según nuestro humano e imperfecto sentido de la justicia, quienes debían subir un escalón más hacia el podio, era volver a probar la astringente dulzura del extinto marañón, si cada vida contada era cual esas invisibles cuentas que cuelgan al cuello del Maestro un relicario de fidelidad a sus ideas en una nación como esta, tejida a fuerza de encaje y acero por tanto patriota.

Queriendo distinguir las palmas más altas, que no altivas, entre tanta palabra fértil, la selección de los mejores devino ejercicio de aprendizaje ético, si por nuestras manos pasaron jóvenes aprendices del oficio susurrándonos maneras nuevas de tocar la realidad de cerca, si quedaba la evidencia de que uno nunca termina de graduarse en esta profesión tan austera hasta en el salario y el reconocimiento social por parte de ciertas autoridades.

Tiempo de fraternidad enconada este, en que los miembros de jurado no siempre coincidimos, pero sí fuimos atravesados por ese rayo de honestidad difícil de encontrar, a veces, en certámenes de este tipo. ¡Cuánta sinceridad vertida sobre aquella mesa! ¡Cuánta desazón por llegar a un veredicto que atrapara el destello más claro entre tanta joya!

Pasarán los días de este agónico veredicto y el tiempo, como siempre hará bajar la marea. Habrá colegas felices por su designación de estos días. Otros que pensarán “bueno, la próxima vez será…” aunque nunca más sea, incluso, porque la travesía se les acabe abruptamente. Estarán, también, los que se molesten, con toda razón, porque en las márgenes de un simple galardón no cabe tanta entrega de un sector que ha brillado siempre por su fidelidad a la Obra.

Lo único que me consuela, a esta hora, es imaginar a Juan Gualberto y al propio Martí, desde esa intangible gloria, quizás demarcada solo en el alma de nosotros mismos, susurrándonos palabras que solamente escuchemos quienes hemos vivido el reto ser dioses breves: “tranquilos, como habéis juzgados seréis juzgados, en algún otro momento y por otros colegas, con igual suerte; ustedes solo han hecho su tarea lo mejor posible, cual una simple escaramuza dentro de la gran batalla de la patria, esta que ahora pide corazón renovado, acción y palabra nueva, si el mayor premio que existe es el haber nacido en esta Isla.”




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