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viernes, 31 de julio de 2015

Mañana lo esperamos, Puro

 por Alexey Fajardo López  
Hasta hace poco algunos no habíamos comprendido por qué su tozudez de pasar los 60, superar los 70 y seguir, día tras día, el camino hacia Invasor, porque, también para muchos de nosotros, a su edad debía estar ya en casa descansando, durmiendo las mañanas o disfrutando de la presencia de los nietos.

Sin querer, pero lo hacíamos, husmeábamos en su vida, algo que a él no le hacía mucha gracia. No porque guardara secretos, sino porque la jubilación no le parecía una necesidad, mucho menos una aspiración.


Tal vez por eso, cada día nos echaba en cara su productividad de alazán cabrío, que marchaba a la punta del equipo, incluso, cuando no entendía o se enfrentaba a duras peleas con la tecnología. Porque... qué molesto es que la computadora no le haga caso a uno.

Para mí que llegué semidesnudo a Invasor, como tantos otros, él era como el capitán Planeta, que juntando el agua de su carisma, el viento de su mirada, y el fuego de su corazón, hablaba de un mundo donde las verdades eran de verdad y debían ser dichas, un mundo de verbos bien conjugados donde amar siempre debía estar primero porque de ese modo crecen la familia y la Patria.

No es, para sus años —aunque a veces refunfuñe (con razón) ante algún chiste que para él rebasa límites— un anciano amargado que no sabe discernir entre bromas e instantes sublimes.

Debe ser ahora mismo el hombre que más recuerdos lleve consigo de las distintas etapas vividas en la Redacción. Y fuera de ella. De los tiempos en que una caja o un linotipo echaban a perder la labor de horas, hasta los más contemporáneos en que la hipermedia le devana los sesos a la prisa.

Hace casi 15 años que lo conozco y siempre ha sido el mismo: el caballero, el amigo, el señor periodista, el fotógrafo animoso, el aficionado a la poesía y la guitarra, el conocedor de la palabra exacta —como para que correctoras y editores no se atrevan al cambio o la sustitución—; y, además de eso, para todos El Puro, calificativo que resume la calidad de su hombría, principios y corazón.

Vamos, viejo, no vaya ahora a pensar que alguien se ha reunido aquí para darle una despedida. Los presentes tenemos la certeza de que mañana sus pies lo traerán, sin que usted se los pida, hasta la Redacción; porque los que amamos "esto" a lo que llamamos profesión, no forma de vida, no conocemos otro camino, aunque la jubilación solicite al gallo que afine sus cuerdas un poquito más tarde.

Posdata: No pude, aunque hubiera querido, estar en la fiesta. Sin embargo, quiero darle las gracias por haberme dado la oportunidad de ser mi amigo por encima de todo. Por ser de los primeros en preguntarme por los míos y por ayudarme a sanar o, al menos, a soportar, con consejos, las heridas de la vida.

No estoy haciendo poesía, mucho menos periodismo, solo le estoy diciendo gracias desde la sinceridad. Créame que, aunque alguna vez lo haya cuestionado, ahora entiendo su tozudez de llegar casi a los 80 haciendo su camino diario hacia Invasor. Comprendo que solo hacía más pequeño el tiempo que vamos a extrañarlo.


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