Por:Roberto Alfonso Lara
El fenómeno asoma como la punta del iceberg, muy a tono con toda la maquinaria farandulera desplegada en la nación. El concepto en sí busca establecer o visualizar diferencias entre las personas, a partir de la posesión de más o menos dinero
Durante la última sesión ordinaria del Parlamento cubano, un joven diputado disparó al blanco, al cuestionar con certeza las estrategias orientadas a la recreación en el país. Su argumento distanció las dudas: en algún punto cósmico de la geografía capitalina se ofertaba el concierto de Laritza Bacallao, Gente de Zona, Habana de Primera y Leoni Torres por el mínimo, ¡el mínimo precio!, de 296 pesos convertibles (CUC).
Y miren lectores, está bien: constituye una opción más, hay personas que pueden pagarlo, quizás tiene el artista ese derecho, no podemos coartar las iniciativas…, pero hasta ahí. Tampoco debemos consentir la importación de tendencias nocivas a nuestro proyecto social.
El fenómeno VIP (Very Important Person) asoma como la punta del iceberg, muy a tono con toda la maquinaria farandulera desplegada en la nación. A simple vista parece nada, un término vacío de significado e intencionalidad. Sin embargo, el concepto en sí busca establecer o visualizar diferencias entre las personas, a partir de la posesión de más o menos dinero.
Para comprenderlo mejor, retomemos el ejemplo inicial. Si usted tiene recursos para asistir (¡y asiste!) al espectáculo de Laritza y compañía, no tiene de qué preocuparse. Es un ciudadano muy importante, privilegiado, superior…; la sociedad no lo dejará morir. En cambio, si usted carece de esa “ínfima cantidad de pesos”, su rango deviene prescindible, menos cero, casi al nivel de una cucaracha o mosquito.
Tal resulta la dimensión del problema, pues son varios los establecimientos que, vinculados o no al sistema de la cultura, sirven de cancha a la difusión de patrones regidos por la exclusividad. La tolerancia precisa de límites cuando las propuestas van en una dirección contraria a la mayoría. Nuestras instituciones lo saben, aunque a veces prefieran obviarlo.
No hablo de pasar a la gente por un embudo, a fin de que luzcan iguales. ¡Noooo! Las diferencias figuran necesarias, incluso aquellas de tipo económicas. De otro modo, no habría un intercambio real. Hablo, sí, de evitar la exaltación de prácticas o circunstancias orientadas a fijar desigualdades.
Ya sucede también en espacios como escuelas o universidades, donde el status del estudiante se relaciona a veces con las finanzas de la familia. De hecho, cuando de alguna festividad se trata, no pocos “padres poderosos” intentan imponer su opinión por encima del resto, en un alarde de posibilidades.
Un síntoma claro de la moda VIP en Cuba se manifiesta en el acceso a las nuevas tecnologías. Aquí el problema no radica en tener o no un celular, tablet o laptop, sino cuando la posesión de estos dispositivos nos lleva a descartar a quienes no pueden adquirirlos.
En grande y pequeña escalas, los criterios de importancia respecto a las personas procuran hoy mirar al bolsillo, en lugar de sostenerse sobre los valores que nos humanizan. Atajar a tiempo dicha realidad requiere replantear nuestra proyección social e inclusiva, adaptarla a un nuevo escenario de desarrollo; no dejarla a la deriva.
En cualquier caso, la distinción entre un sujeto y otro se halla en la calidad de su trabajo, inteligencia, ética…De ser este el ideal de una generación VIP, entonces a soñar con los ángeles.
Fuente: Cinco de septiembre
No hay comentarios:
Publicar un comentario