Por:Aydelín Vázquez Mesa
La cuerda se tensa cuando las mujeres se enfrentan a costumbres, estereotipos y prejuicios enraizados en una cultura esencialmente machista
Hace pocos días una colega me comentaba una curiosa anécdota. Resulta que cierto compañero, durante un encuentro entre militares, la mayoría féminas, y representantes de la Federación de Mujeres Cubanas en el territorio, contaba el tremendo estrés que le genera el trabajo a su padre, siempre en constante estudio y preparación para reuniones, incluso en el exterior. Cuando a alguien se le ocurrió preguntarle por el de su mamá, la respuesta fue automática: “no, ella no trabaja”.
Podrán imaginarse el efecto de tal aseveración ante semejante público. “¿Y quién limpia, lava, cocina… en tu casa?” “Ah, sí, eso lo hace mi mamá”. Justo ahí, solapado en la aparente ingenuidad de la respuesta, se escurría un prejuicio machista. ¿Acaso realizar las tareas domésticas no es trabajar?
Se supone que a más de 50 años del primero de enero de 1959, las cosas “estén más fáciles”, y la revolución dentro de la Revolución -como calificó el Comandante en Jefe el quehacer de la mujer cubana- esté al fin consumada. Sin embargo, hechos como el anterior advierten la necesidad de no dormirse en los laureles.
Las estadísticas muestran la notable presencia de las mujeres en el Parlamento cubano, en las universidades, en la fuerza técnica y profesional, en la investigación científica, incluso son mayoría en sectores como Salud Pública y Educación.
El reto está, a mi entender, en las subjetividades, esas que se cuelan entre cifras y demuestran que no bastan la voluntad política o la legislación promotoras de la igualdad entre sexos.
La cuerda se tensa cuando las mujeres tenemos que enfrentarnos a costumbres, estereotipos y prejuicios enraizados en una cultura esencialmente machista, y aclaro, no se trata de hombres de uno u otro sector, el fenómeno alcanza, desde el más sencillo obrero hasta el más encumbrado intelectual.
Algunos consideran que la mujer se debe solo al trabajo de la casa y la crianza de los hijos; otros, menos reacios, aprueban que su pareja asuma las responsabilidades de un centro laboral, “sin descuidar los deberes de la casa”; y lamentablemente son minoría quienes comparten las tareas del hogar con su compañera.
¿Quién no ha sido testigo del cansancio femenino, luego de una larga jornada laboral y el comienzo de otra en la casa, el doble de pesada? ¿Quién no ha sabido de los sentimientos de culpa de las mujeres, cuando sus trabajos les consumen horas extras y sienten que han descuidado el hogar, a sus hijos, a sus esposos?
Seamos justos, mucho hemos avanzado desde 1959, y aquí las oportunidades están igual de abiertas para mujeres y hombres, aunque el camino para las primeras se llene más a menudo de piedras o de bultos que cargar. Pero, si llegamos adonde estamos ha sido, muchas veces, por un esfuerzo doble. Miremos entonces más allá de las estadísticas, tan engañosas a veces.
Fuente: El artemiseño
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