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jueves, 10 de septiembre de 2015

El pensamiento de Félix Varela, electivo, liberador y creador

Si alguna personalidad marca los inicios de la historia de las ideas en Cuba esa es la de Félix Varela y Morales. Lo más granado de la intelectualidad del país a lo largo de dos centurias, desde perspectivas distintas y temáticas variadas, ha reconocido en el sacerdote habanero el trazo de líneas intelectuales que con persistencia irreductible se han mantenido en el fondo y trasfondo de las polémicas que acerca de los proyectos de sociedades cubanas se han presentado en el interior del debate creador. Más aún. Esa permanencia de lo esencial de sus ideas se proyecta en un espacio del pensamiento al que por excepción se llega: el de la teoría de las teorías o el de la naturaleza de una filosofía abarcadora y totalizadora que parte de reflexiones diferentes para enmarcar una epistemología que, a su vez, se expande a todos los ámbitos del ser, del pensar y del hacer.

La universalidad de las ideas del pensador cubano está en lo general de la problemática de toda sociedad pero, también, y en especial, en el componente particular de la suya, que, como célula insertada en esa universalidad, establece una cadena de reflexiones y conexiones que asciende a lo hispano-americano. En la autoctonía de su diferencia, ofrece la otra dimensión de la reflexión hispana, la americana, que le permitió a la hispanidad alcanzar expresiones singulares, inoculadas de contenidos nuevos, no europeos, que fueron gestores de paradigmas en el surgimiento de una modernidad compartida. Entre utopías con topos y mitos sin génesis; entre realidades sin fronteras y objetividades subjetivas; entre sustantividades racionalizadas y  racionalidades irracionales, se presenta la materia bruta, aparentemente irreductible e incorruptible, del mundo americano. Apresarlo requiere de una lógica distinta y de múltiples lecturas, que, a partir del instrumental teórico universal permitan crear el suyo propio, único modo de penetrar esa realidad. Sistematizar un pensamiento lógico desde lo incógnito de un mundo que debe ser sometido por sí mismo, por su propia lógica, he ahí la empresa de los fundadores de la reflexión de la América nuestra, la que se fragua al sur del Río Bravo. Félix Varela es el Padre de los padres fundadores de ese pensamiento propio en Cuba y uno de sus creadores en América hispana.

El itinerario del estudio de la obra de Varela, sin embargo, ha sido azaroso y, no obstante, motivador de inquietudes. Dentro de Cuba no hubo figura penetrante y penetrador de pensamiento que no tuviese para su filosofía y pensamiento político reflexiones mayores. José Antonio Saco, el cerebro más lógico y coherente del mundo político e intelectual cubano entre 1830 y 1870, se refiere a él como el que inició “la revolución filosófica en Cuba”, “el primero de los cubanos” y “el santo sacerdote”. De esta forma definía tres aspectos diferentes de la personalidad y la obra de Varela. José de la Luz y Caballero, a quien se ha definido como el más importante filósofo cubano del siglo XIX y sin dudas el más notable educador y pedagogo del país, expresa la frase más sentenciosa que sobre nuestro autor se haya formulado: “mientras se piense en la isla de Cuba se pensará en el que nos enseñó primero en pensar”. José Martí, el más reconocido de los pensadores cubanos y cuyas ideas pueden considerarse el paradigma del pensamiento de la isla en el siglo XX, a la vez que expresa que Varela fue un “patriota entero”, sugiere en su forma sutil de insinuaciones, incitaciones y veladas referencias, que el siglo XIX fue el de “la labor patriótica” que nace en el sacerdote habanero.
Proyección intelectual en Cuba

Desde mediados del siglo XIX se observa la obligada referencia, como expresión de conocimiento y como definición teórica y política, de aspectos de la obra de Varela en toda proyección intelectual dentro de Cuba. Así sucede con la Polémica Filosófica sostenida por José de la Luz y Caballero con los hermanos Manuel y José Zacarías Gonzáles del Valle desarrollada entre 1838 y 1840. José Manuel Mestre, el reluciente profesor de filosofía de la Universidad de La Habana en la década de los 860, lo coloca en los primeros planos a la hora de escribir su libro sobre la filosofía en La Habana. Diez años después José Ignacio Rodríguez escribe la primera biografía de Varela que, por su contenido,  provoca una importante polémica alrededor de la figura del insigne cubano y de la de José de la Luz y Caballero en la que participa lo más significativo de las tendencias del pensamiento del país: Enrique José Varona, Rafael Montoro, José Silverio Jorrín y Manuel Sanguily, entre otros.

Llama la atención la ausencia de Varela, con sus excepciones, en los treinta primeros años de la República nacida con el siglo XX. Como hecho notable se hace necesario referir que en 1911 un fuerte movimiento de los intelectuales cubanos logró el traslado de los restos del insigne sacerdote de San Agustín de la Florida, Estados Unidos, al Aula Magna de la Universidad de La Habana, entonces único centro de este tipo en el país por lo que se consideraba a este lugar el más significativo de la cultura cubana. En el cenotafio de mármol que contiene sus huesos, la “juventud estudiantil” de entonces hizo grabar las siguientes palabras en latín: “Aquí Descanza Félix Varela. Sacerdote sin tacha, eximio filósofo, egregio educador de la juventud, progenitor y defensor de la libertad cubana quien viviendo honró a la Patria, y a quien muerto sus condiscípulos honran  en esta Aula Magna”. Poco después, historiadores cubanos propusieron, el 20 de noviembre de 1911 en la Cámara de Representantes de la república un proyecto de ley para publicar una colección completa “hasta donde sea posible” de las obras de Varela. Llamó la atención, la ausencia y el poco interés que la jerarquía católica presentó hacia la figura del sacerdote patriota.

Es en la cuarta década del siglo pasado que se observa un renacer de los estudios varelianos; ahora, con una intensidad sólo comparable con los de las décadas del 20 y del 30 del siglo XIX. Las circunstancias eran propicias para ello. Después de la caída de la dictadura de Gerardo Machado, en 1933, y en medio de la polémica alrededor de una nueva estructuración política y social, bajo la influencia de un fuerte movimiento cultural, se sentía la necesidad de un repensar la república. La personalidad de Félix Varela se convirtió en centro de discusiones filosóficas, religiosas, jurídicas, ideológicas y de otros géneros. En algunos, la tergiversación del pensamiento de Varela era visible; en otros, faltaba la información y el estudio suficientes. No obstante, pese a los intentos manipuladores de la figura fue notable el esfuerzo realizado por el grupo de historiadores que se unieron alrededor de Emilio Roig y de la Biblioteca de Autores Cubanos dirigida por Roberto Agramonte. En este esfuerzo no hay dudas que sobresalen los impulsos iniciales de monseñor Eduardo Martínez Dalmau. Su perspectiva fue la primera en presentar al sacerdote ilustrado en la cual no existía contradicción entre su patriotismo cubano, su filosofía moderna y su religiosidad católica. La inteligente acción del posterior obispo de Cienfuegos provocó un desmesurado ataque de sectores conservadores. Diez años después Antonio Hernández Travieso, desde una perspectiva laica, produce las dos obras más importantes que en la época se publicaron sobre Varela: Varela y la Reforma Filosófica en Cuba y El padre Varela. Biografía del forjador de la conciencia cubana.
Reactivación de los estudios varelianos

Un nuevo período de escasa presencia se presenta entre 1970 y 1990. La última década del siglo pasado presenta una reactivación de los estudios varelianos. Se publica por la Biblioteca de Clásicos Cubanos de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana en colaboración con el Instituto de Historia de Cuba, en tres tomos, la tan deseada y nunca lograda edición, lo más completa posible, de las obras de Félix Varela. En Estados Unidos y en Cuba, países que ya contaban con una tradición en estos estudios, especialistas como monseñor Carlos Manuel de Céspedes, Josefina García Carranza, Enildo García, Manuel Maza Miquel, y el autor de estas líneas, entre otros, han contribuido a un conocimiento de la obra y la vida del ilustre cubano. En diciembre de 1997 se celebró en La Habana con el coauspicio de la Oficina Regional de Cultura de la UNESCO y de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz el coloquio internacional Félix Varela. Ética y anticipación del pensamiento de la emancipación cubana, y en el que participaron destacadas personalidades de Estados Unidos, España, Francia, México, Brasil, Argentina y Cuba. Este evento y el lugar que el Papa Juan Pablo II le concedió al destacado pensador cubano durante su visita a Cuba en enero de 1998, han servido para dar una dimensión internacional a los estudios varelianos y motivar el interés por una de las figuras más significativas del pensamiento latinoamericano.

Si el siglo XVIII ha sido considerado en Europa como “el siglo de las luces”, como “el siglo de la Razón”, en América es el siglo de la racionalidad del sentimiento del criollo. Si las luces españolas no fueron una simple imitación servil de las lumiere francesas, la lógica de la razón americana no fue una simple prolongación de la lógica de Feijoo. Cierto es que todos son deudos de un pensamiento universal del cual está surgiendo la modernidad y sus conceptualizaciones; pero cierto también es que otros aspectos provenientes de realidades diferentes, enriquecen, cambian, proyectan y hacen surgir procesos lógicos de pensamiento que le dan su propia natura a la creación de mundos intelectuales con problemáticas y realidades diferentes.

Para estudiar la historia de las ideas en Cuba, en cualquiera de sus manifestaciones –filosófica, política, social, pedagógica, etc.– debe tenerse presente la historia del acontecer –no pocas veces oculto– del movimiento intelectual y su nexo real con el proceso sociocultural cubano. Debo confesar que la riqueza y las peculiaridades de ese proceso se me escapan a los rígidos moldes de los esquemas y “modelos” preestablecidos. Se hace necesario un análisis que permita entender, en primer lugar, el conjunto de la problemática a la cual deben dar respuesta, o por lo menos intentarlo, los pensadores y, en segundo lugar, el contenido real de las respuestas, que no está sólo en el aparato lingüístico-formal ni en el instrumental teórico utilizado sino en el significante que da sentido al significado. Ello plantea un problema metodológico y teórico central. No es posible captar la riqueza de lo real en movimiento, imponiéndole moldes estereotipados, ni esquemas extraídos de otras experiencias ajenas. Trátase, por el contrario, de reunir la base factual necesaria para desprender de ella el ordenamiento, análisis y síntesis de la realidad. Félix Varela fue el primero que trabajó con ese método: “las ideas deben sujetarse a la naturaleza, no la naturaleza a las ideas”.[1] Tampoco resulta suficiente creer que los juicios sobre procesos históricos pueden partir de explicaciones generales cuya validez solo alcanza la generalización misma, pero no puede sustituir a la investigación concreta de los elementos factuales cuya búsqueda y ordenamiento es la única forma de obtener la base para el análisis y la síntesis portadora de la interpretación más cercana a la realidad histórica.
Lo universal y lo autóctono

La historia del pensamiento cubano solo es explicable a partir del conjunto de factores internos que lo condicionan y al cual pretende dar respuesta. En su contenido real la sociedad cubana presenta un proceso histórico en el cual, por una parte, se apropia de elementos universales y los singulariza para expresar su propio contenido, y por otra, dimensiona como universales los contenidos autóctonos. Son las características del proceso interno las que dan su contenido al pensamiento y ese proceso interno no es congruente con el de los países europeos ni en el tiempo ni en las características de la formación de sus expresiones multiétnicas, sociales, culturales, ni en la forma en que se organiza y desarrolla tanto la economía como la sociedad.

El primer gran núcleo de pensamiento en Cuba es el resultado de la transferencia de la escolástica al Nuevo Mundo, en la versión revitalizada de los teólogos españoles del siglo XVI. Pero esta escolástica es asumida por una sociedad y por una realidad palmariamente diferente a la de sus natales países europeos. Se enmarca en un orden social de contenidos distintos. A diferencia de la formación de los pueblos europeos, en Cuba es el resultado de la transculturación de elementos étnicos-culturales de tres continentes, e incluso, posteriormente, de cuatro, a un territorio que los conquista a ellos, los domina y los ata, haciéndoles perder su ascendencia y obligándolos a la creación de una descendencia mestiza no solo etno-racial sino, sobre todo, cultural. Su pasado queda en Europa o en África y sus hijos, los criollos –“los pollos criados en casa”– evolucionan con la nublada memoria histórica de sus padres, pero sin la experiencia personal del pasado transoceánico sino sobre la base de su real y auténtico medio natural, social y humano. En su capacidad de asumir las más variadas etnias y culturas, de hacer suya una parte de ellas y en la forma en que las vincula, las une y las transfigura con otros componentes étnico-culturales está el carácter universal de la formación de lo cubano y de él surge la expresión de una nueva calidad, lo cubano, singularizado por una universalización real y no sólo como expresión de determinadas corrientes de ideas. Son los criollos ya desde la segunda mitad del siglo XVI, “los hombres de la tierra”, porque sus raíces ya están en este medio tropical y cálido. Y el medio natural y social obliga a crear nuevos hábitos, costumbres y tradiciones. En ese recambio real del hombre está el origen del recambio conceptual del pensamiento. No importa que la expresión lingüística siga siendo la misma, lo que importa es su nuevo contenido. Y no pocas veces hay que inventar el término porque no existe en la realidad de la que proviene el idioma original.

La escolástica criolla es la expresión de los primeros intentos de explicar una realidad ante la cual, y a falta de una comprensión cultural y científica del proceso, el elemento religioso desempeña un papel cohesionador. Es el criollo católico que, sin dejar de entrar en negocios con los protestantes anglosajones en el Caribe, y con una muy particular forma de asumir el catolicismo, enfrenta esta piratesca actitud. No cabe duda que desde el siglo XVII estos criollos se consideran diferentes de los europeos. Y expresan con orgullo esa diferencia. Dionisio Recino y Ormachea, el primer cubano que llega a la dignidad de obispo, coloca en su escudo de armas tres P, que quieren decir Primer Prelado de la Patria. José Antonio Gómez, Pepe Antonio, muere en 1762, defendiendo no solo las enseñas de Castilla sino, ante todo, La Habana, del ataque usurpador anglosajón. José Martín Félix de Arrate, uno de nuestros primeros historiadores, se llena de orgullo en el siglo XVIII, al describir a su patria, La Habana, la Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales.

Se puede decir que el sentimiento diferenciador de lo europeo y de autoreafirmación de sus propios valores ya existe en los criollos antes de la segunda mitad del siglo XVIII ¿Qué es lo que les falta? La argumentación racional mediante la cual encontrar la explicación de ese sentimiento. Para ello son necesarios, también, factores estructurales que promuevan la integración de los intereses regionalistas fragmentadores en nuevos intereses, más generales, que ofrezcan la certidumbre de la posibilidad cubana. Importantes elementos para hacer racional el sentimiento criollo aportó la Ilustración europea. Fue el aliado extranjero de un proceso interno. Pero no simplifiquemos las cosas. Las luces latinoamericanas no fueron una simple traducción de las lumiéres francesas. La concepción de que el mundo natural y social se rige por leyes, la conversión de la razón en fundamentación de los procesos intelectuales y naturales, el contrato social, el derecho natural, la soberanía del pueblo y los poderes del Estado y, sobre todo, el nuevo contenido político-ideológico que adquirió el concepto de patria se reflejó en el resquebrajamiento de las antiguas concepciones, en el fortalecimiento de los valores autóctonos y en la racionalidad del sentimiento de diferenciación con lo europeo. No siempre pudieron explicar lo que eran pero si lo que no eran.

Lo que singulariza este proceso es que, justamente en el momento en que se dan las condiciones para un cambio conceptual se produce una profunda alteración de las bases económicas y sociales del mundo del criollo: la irrupción del sistema plantacionista esclavista. Por otra parte, una larga tradición eramista-humanista había circulado dentro del pensamiento español y latinoamericano durante los siglos precedentes; no menos era el conocimiento del derecho de gente que hizo posible una recepción particular del pensamiento de la emancipación europea y permitió transformarlo en el pensamiento de la emancipación americana. Otros factores hicieron posibles distintas lecturas de las propuestas ilustradas.
Causas de las propuestas ilustradas

La plantación esclavista, con su abrupta irrupción en la segunda mitad del siglo XVIII, por una parte tiende a integrar y homogeneizar, conquistando o recolonizando, ahora bajo la hegemonía de la burguesía esclavista cubana, el territorio del país; por otra parte, retarda la integración social al alterar el crecimiento natural de la población autóctona con las masivas inmigraciones forzada africana y libre europea. El proceso, al final, crea un amplio espectro étnico-cultural y una interrelación socioeconómica, ante la cual toda frontera artificial cede terreno hasta caer definitivamente. El sistema de plantaciones se injerta en el tronco tradicional del mundo del criollo por lo que, aunque importante factores de la escala de valores del criollismo desaparecen paulatinamente, su núcleo fundamental resulta nexo, medio, unión, de todos los nuevos elementos que van desdibujando su pasado y asumiendo su presente y, más aún, su futuro a través de los factores autóctonos del criollismo que a su vez, permita el surgimiento de elementos importantes en la recepción del mundo moderno que transfiere sus valores a una nueva calidad, lo cubano. Del bozal, al criollo, al cubano; del español, al criollo, al cubano. Siempre el proceso es el mismo y el resultado de un nuevo arquetipo social que no se define por ninguna etnia –y asume de todas-; que interrelaciona elementos disímiles, pero siempre alterando su contenido original para producir una nueva calidad que no se encuentra en ninguno de sus componentes anteriores, que es resultado de una síntesis superadora producto no de una mezcla que conserva separados los ingredientes, sino de una combinación cuyo resultado es absolutamente original y no puede encontrarse en los componentes iniciales que le dieron origen.

Otro factor importante que aporta el sistema plantacionista es la inserción de Cuba en el naciente e inconexo mercado mundial. Internamente se cambia la concepción de la explotación agraria, se rompe el viejo latifundio hatero-corralero. Ahora ya no se piensa en rentas sino en ganancias y, para resolver el problema de la fuerza de trabajo, se autoriza, a partir de 1789, la introducción masiva de esclavos africanos. El proceso de desarrollo azucarero implica dos premisas, aparentemente opuestas: la esclavitud y la adopción de la última tecnología proporcionada por la Revolución Industrial. La presencia de la máquina de vapor (1818) y el ferrocarril (1836), ambos antes que en España y en el resto de Latinoamérica, son un producto genuino de la producción mecanizada azucarera pero también lo son de la trata y la esclavitud que se generaliza en toda la sociedad y se proyectan más allá del marco productivo. Para valorar el impacto esclavista en la naciente sociedad cubana, baste el hecho de que en los dos y medio siglos anteriores se calcula la introducción de unos 60 000 esclavos mientras que en menos de 79 años (1762-1841) se introducen más de 612 680.

Fuente:Cubadebate

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