Por Ricardo Benítez Fumero
Continuamos publicando las crónicas de pueblos del periodista Ricardo Benitez Fumero, de la emisora provincial Radio Surco, están llenas de costumbrismos y popularidad. Que la disfruten. Según las creencias populares, seguir cada año las cabañuelas y escudriñar las señales del clima permitía sembrar a tiempo y obtener buenas cosechas. Foto Internet
Nada más empezar el año, mi padre, mis tíos, los abuelos y otros agricultores del barrio se ponían en función de observar el tiempo. Algunos anotaban en un cuaderno las incidencias climáticas del día, aunque la mayoría llevaba la cuenta mentalmente.
Cuando tuvimos edad de comprender, supimos que, con mucha seriedad “cogían las cabañuelas” durante veinticuatro días del mes de enero. Si uno no entendía, le explicaban que los primeros doce días correspondían al curso normal de los meses del año, en tanto los otros doce se tomaban a la inversa.
Las cabañuelas las han seguido los campesinos desde tiempos inmemoriales; se dice que los egipcios y babilonios ya lo hacían hace miles de años. Para los agricultores de mi época era una prioridad llevar las cabañuelas porque, según ellos, gracias a este estudio empírico ellos predecían los meses de lluvia y sequía, lo que les permitía en el momento justo y obtener buenas cosechas.
Recuerdo que no todos utilizaban los mismos procedimientos. Mientras mi padre y otros guajiros se limitaban a la simple observación, en el batey más próximo el abuelo Jacinto colocaba en el portal de la casa un tablón de cedro cuidadosamente cepillado y dividido en doce partes. En cada una de ellas situaba papelillos con sal y lo dejaba allí para que le diera el sereno.
Al final del conteo, Jacinto y sus coladores revisaban uno por uno cada mes representado y, cuando encontraban varios paqueticos humedecidos, tenían la certeza de que llovería en tal fecha.
Durante siglos, la sabiduría popular fue creando dichos y refranes alrededor de estas prácticas empíricas, de ahí que, se hicieran comunes entre mis coterráneos frases tan manidas como aquellas de “maíz de mayo, maloja para tu caballo”, u “octubre todo lo pudre”, para señalar cuándo o no era preciso sembrar o cosechar.
Pese a la reticencia de los métodos científicos acerca de esta sapiencia empírica tradicional, todo marchó bien hasta que los cambios climáticos se hicieron tan evidentes que, lo mismo llueve cuando no le toca que implanta una sequía demoledora.
Todavía queda uno u otro “cogedor” de cabañuelas desperdigado por ahí que, anonadados por las veleidades del tiempo, apenas si se atreven a pronosticar y, cuando lo hacen, ni ellos mismos confían en el diagnostico.
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